Noam
Chomsky no deja de sorprenderme desde mi primer contacto en el profesorado con
su “Gramática Generativa” En su libro Estructuras Sintácticas (1957)
expone que una gramática de constituyentes inmediatos no es totalmente válida
para explicar el mecanismo mediante el cual los hablantes de una lengua son
capaces de producir y entender oraciones. Chomsky define el concepto de gramática
como un conjunto de oraciones gramaticales y objeta que exista un infinito
número de oraciones en cada lengua. Asume por lo tanto que los seres humanos
están equipados con un mecanismo finito de conocimiento que les permite
construir e interpretar un infinito número de oraciones. Este sistema finito
de principios es conocido como “la
gramática interna del lenguaje”. Chomsky afirma que una gran parte de esa
gramática interna es innata por lo que los seres humanos poseen un mecanismo
genético que les permite aprender una lengua. Chomsky cuestiona en esta obra
los fundamentos epistemológicos de la lingüística estructural. El modelo
transformacional que propone introduce los conceptos de gramaticalidad y de
creatividad innata: todo hablante nativo
de cualquier lengua posee una intuición innata de la estructura de su lengua
que le permite distinguir las frases gramaticalmente correctas de las frases
gramaticalmente incorrectas y así comprender y transmitir infinidad de frases
inéditas.
Las
teorías lingüísticas de Chomsky han horrorizado tanto a matemáticos como a
lingüistas puros por su lógica matemática. El uso de la teoría de conjuntos y
el cálculo de matrices utilizados, es decir su “matematización” de los métodos
lingüísticos a fin de que puedan sus teorías satisfacer los principios
científicos que propone, provocaron muchas críticas por parte de los
partidarios de la semántica generativa. Pero el estudio de la lingüística de Chomsky va más allá del estudio de las
estructuras de las lenguas como lo demuestra en su libro El
Lenguaje y el entendimiento (1968) en donde el autor expone concepciones sintácticas que se integran en una teoría
general del conocimiento y la filosofía del lenguaje.
Pero el genio de Chomsky no termina allí. La obra que me incumbe en
esta oportunidad, debido a mi propia actividad en educación, es La
(Des)Educación (2001). En la misma el lingüista critica duramente el
sistema actual de enseñanza. Plantea que frente a la idea de que en las
escuelas se enseñan valores democráticos, lo que realmente existe es un modelo
colonial de enseñanza diseñado principalmente para formar profesores cuya
dimensión intelectual quede devaluada y sea sustituida por un complejo de
procedimientos y técnicas; un modelo
que impide el pensamiento crítico e independiente, que no permite razonar sobre
lo que se oculta tras las explicaciones y que, por ello mismo, fija estas
explicaciones como las únicas posibles. Raras veces los profesores piden a los
alumnos que analicen las estructuras políticas y sociales que forman sus vidas.
Raramente se insta a los estudiantes a que descubran la verdad por sí mismos.
En este libro, Chomsky nos da excelentes herramientas para intentar cambiar
este tipo de enseñanza pensada para la domesticación de los ciudadanos: si los
educadores rechazan el adiestramiento tecnocrático que les desintelectualiza
para convertirse en intelectuales auténticos que denuncien la hipocresía, las
injusticias sociales y la miseria humana, conseguirán que los estudiantes
asuman el reto de ensanchar los horizontes de la democracia y de la ciudadanía
y, junto a ellos, trabajarán para construir un mundo menos discriminatorio, más
democrático, menos deshumanizado y más justo.
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